lunes, 20 de junio de 2016

El anciano en el ático

-Por J. Davalillo

El anciano encontró la llave en aquella gastada mesa de noche que hacía ya varios años había confinado al viejo ático de una casa que le duplicaba la edad. Luego de haber quedado viudo decidió apartar de su vista todo aquello que pudiera traerle recuerdos dolorosos, sin embargo, no tuvo nunca el coraje de deshacerse completamente de ningún objeto.

Era un día gris y la lluvia permanecía inclemente desde la madrugada, por lo que don Miguel optó por no salir de casa ese martes. El clima y la soledad fueron los embajadores de la nostalgia que ocupaba el corazón de la casa y de su residente, lo que le llevó a ascender los peldaños de aquella polvorienta escalera.

Así comenzó el inventario de recuerdos que llevaron a don Miguel a un paseo por el tiempo.
Sentado en un viejo sillón comenzó a deslizar la llave entre sus manos, contemplándola ansiosamente una y otra vez con una mirada de complicidad, como a una amiga que guardaba un gran secreto. Al fondo del ático, una puerta sellada con una cadena y un candado, lucía adornada por el costado derecho con una flor marchita dentro de un florero que ocultaba sus trazos artísticos debajo de una gruesa capa de tierra y moho.

La lúgubre escena era una antesala coherente a lo que seguiría a continuación. Don Miguel respiró profundamente antes de incorporarse para dirigirse a la puerta que tenía en frente, dispuesto a liberarla de la cadena que hacía tantos años custodiaba el interior del solitario recinto dentro del ático.

Tomó la llave, la introdujo en la cerradura del candado y activó el mecanismo oxidado del mismo para abrirlo. Rechinaron los engranajes y le tomó dos intentos para que el cerrojo cediera y poder retirar las cadenas que sellaban el acceso.

Casi se podían escuchar los latidos de un corazón recrecido en el pecho de aquel hombre de ochenta y seis años. Empujó la puerta y el quejido de las bisagras vino acompañado de las lágrimas del hombre. La puerta, completamente abierta, le permitió contemplarla de nuevo. No la veía desde la noche en la que había profanado la tumba de su difunta esposa y robado su cuerpo en un arrebato de desesperación y locura. Sentada sobre un mueble con el vestido color escarlata que tanto le gustaba permanecía la osamenta de quien alguna vez fuera su esposa. Cerró la puerta tras de sí colocando por dentro la vieja cadena, asegurándola con el candado y guardando la llave en el bolsillo de su camisa. Acto seguido, con pasos torpes y respiración entrecortada se fue acercando a la calavera. Se arrodilló frente al cadáver, tomó sus manos, las besó y dijo: «Ya está vieja… Por fin».

Él presentía que sucedería ese día, por no decir que lo deseaba. Lo había estado esperando por más de veinticinco años, pero nunca tuvo el valor de adelantar los acontecimientos. Por su mente pasaron todos aquellos momentos que vivió durante un matrimonio que, aunque no le trajo descendencia, estuvo lleno de amor.

Reviviendo la película de su vida permaneció de rodillas con la cabeza enterrada en lo que antaño constituyera la cadera de su mujer, respirando polvo y muerte. Transcurrieron poco más de veinte minutos de memorias hasta que el vetusto corazón de don Miguel cesó de latir y su espíritu solitario comenzó a descansar.

viernes, 18 de marzo de 2016

Traición 2.0

-Por J. Davalillo

El reloj en el vestíbulo del hotel marcaba las dos y veintitrés de la tarde cuando él entró apresuradamente.

Gabriel necesitó unos segundos para recuperar el aliento después de aquella carrera. Vestía un traje gris y llevaba consigo un maletín. Se acercó a la recepción del hotel y pidió una habitación, preferiblemente, en el quinto piso. La chica de turno entrecerró los ojos intentando comprender pero no podía y fue entonces cuando Gabriel cayó en cuenta que había estado hablando en español.

La mejor inversión de esa semana había sido aquel diccionario Francés – Español comprado en el aeropuerto Beauvais Tillé, apenas arribar al país. Lo sacó de su bolso y repitió la solicitud en un francés bastante deficiente. La recepcionista, ahora con una sonrisa, chequeó en el ordenador para verificar la disponibilidad de habitaciones y efectivamente, había algunas disponibles en el quinto piso. El pago fue hecho en efectivo. —Disfrute su estancia en nuestro hotel—dijo ella lentamente para que él le comprendiera.

El caballero se dirigió al ascensor y marcó el número cinco. Era la única persona dentro, así que lo detuvo por un momento. Sudaba frío; jamás habría pensado en una acción como la que tenía en mente. Era un hacker de computadoras pero... ¿Un asesino?

Sin embargo, la rabia lo cegaba. Había hackeado el email de su esposa en vista de unas actitudes sumamente inusuales en los últimos meses y, para su sorpresa, se encontró con correspondencias románticas con un tal jacobodf@webmail.com. Investigó aquella dirección de correo, pero los datos eran ficticios. Lo único real de aquellas conversaciones eran las horas y los lugares en los que se convenían los encuentros furtivos. De modo que esta vez decidió seguirla puesto que esa convención de modas en Francia ya no era una coartada creíble para él.

Sus habilidades informáticas le habían permitido conocer el lugar exacto y la cantidad de días que su mujer había dispuesto para su aventura. Por esta razón terminó Gabriel instalando una cámara en la rejilla del ascensor de un Hotel en la comunidad de Tillé a unos 80 Kilómetros al norte de París.

Puesta la cámara inalámbrica, se dirigió al cuarto a terminar de instalar su cuartel general. Sacó del maletín un ordenador portátil, una botella de vodka y una Beretta 92fs con silenciador que había conseguido clandestinamente esa misma mañana.
Tres y diez post merídiem; tenía tiempo. Salió al pasillo y chequeó las posibles vías de escape. Escaleras, salidas de emergencia, escaleras de incendios, la ventana de la habitación,… ¡Todo!

Había rentado un coche para evitar contratiempos en la fuga. Planeó cada paso cuidadosamente durante la tarde mientras observaba en el monitor de su laptop el ir y venir de la gente en el ascensor. Bebía lentamente pues no quería que los efectos etílicos entorpecieran sus intenciones. Repasó mentalmente la operación una y otra vez. Ellos estarían en la alcoba 5-F a tres puertas de la suya. Entraría por la fuerza, los sorprendería y vaciaría el peine en sus cuerpos, luego huiría del lugar. Era perfecto.

Cayó la noche cuando la imagen de su mujer apareció en la pantalla de la máquina seguida por un caballero que llevaba puesta una gorra plana. Las puertas se cerraron y el elevador quedó únicamente con aquella pareja dentro. Se fundieron en un beso cargado de lujuria que dejó caer al suelo la gorra del individuo. La sangre de Gabriel se heló al verle la cara. No podía ser. ¿Por qué?... Tuvo que mirar el monitor varías veces deseando estar equivocado pero no. Era él. Era su hermano. Las lágrimas no dejaban de desparramarse sobre el teclado. La rabia, la traición, la decepción, todo aquello haciendo un amasijo de emociones que lo destrozó. Definitivamente era algo que no tenía previsto. Su mente se debatía entre los celos y su sangre. Tomó el arma y salió con paso decidido al pasillo. Las puertas del ascensor se abrieron en el quinto piso. Solo un disparo se accionó en aquella pistola. Gabriel cayó sin vida frente a la pareja cuando la bala atravesó su sien.

La culpa y la vergüenza de estos infieles será un fantasma que no los abandonará jamás…

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El lápiz mágico

-Por J. Davalillo

Aún recuerdo claramente:

Era en noviembre cuando me llevó, casi a empujones, a aquella escuela. «Tienes que ser un gran pintor, como tu abuelo», decía, casi diariamente, desde que tengo memoria.

Yo jamás había trazado una línea que pudiera cumplir con parámetro estético alguno. A decir verdad, no me interesaba. Pero mi padre siempre fue un hombre intransigente y autoritario.

Al llegar, contemplé aquella escuela, mi nueva cárcel. Entramos a un salón de iluminación dudosa, donde nos recibió una señora que parecía sacada de un cuento de brujas. Mi reacción fue esconderme detrás de las piernas de mi padre.
—Bienvenido—dijo mientras sonreía. Papá se apartó y me empujó obligándome a dar un paso al frente. Ella me tomó cariñosamente de la mano y me llevó al último caballete disponible.
—Este será el tuyo—sentenció.

—Soy la señorita Diana. En esta clase aprenderemos a dibujar—. Dadas las instrucciones pertinentes, la profesora nos pidió elaborar un dibujo libre, para hacer un “diagnóstico” de nuestras habilidades.
Los resultados fueron los esperados. Mi dibujo era ridículamente horroroso. Para evitarme la vergüenza frente a mis compañeros, me sumergí en mis pensamientos, cavilando la manera de decirle a mi padre que aquel no era mi lugar.

En eso estaba cuando noté que, en el patio, había un hombre de apariencia no menos extraña que la de mi profesora. Entonces ella pronunció aquellas palabras tan perfectas—Niños, terminamos. Hasta la próxima semana—.
Feliz, salí y me senté en un banco del patio a esperar a que papá viniera a por mí.
En ese instante, se sentó junto a mi aquel extraño profesor y dijo:—No lo haces bien—
—Lo sé—respondí.
—No entiendes. No sabes enfocar—sacó de su maletín un lápiz y me lo entregó.—Este te ayudará. Necesitas sentir antes de hacer—y sin más, se fue.
La verdad, no entendí. Guardé el lápiz y en unos minutos iba de camino a casa.

No di mayor detalle a las preguntas de papá. Resopndí con monosílabos.—Ya te gustará—dijo mientras yo subía las escaleras hacia mi cuarto.

Dejé de pensar en el asunto hasta que, el siguiente jueves, papá, con una emoción infantil, preguntó—¿Listo para dibujar?—.¡Dios! Lo había olvidado. Arrastrando los pies busqué mi mochila para volver a prisión.
Apenas entrar al aula, note una mesa dispuesta con botellas.
—Dibujen las botellas—dijo la profesora. Con desgana abrí la mochila y vi dentro el curioso lápiz. Era tornasolado y, cuando la luz lo tocaba en un ángulo específico, tomaba un tono azul que me encantaba.

Lo saqué y comencé.
Mi sorpresa fue cuando noté que mi mano era independiente y se movía con una soltura inimaginable. ¿Qué estaba pasando? Al ver mi dibujo terminado, la profesora me miró atónita. Al parecer, la técnica de claroscuro utilizada de esa manera, daba cierta sensación de tristeza y desánimo. “Perfecto”, fue la palabra que utilizó para felicitarme. Yo, completamente confundido. Y así permanecí durante una semana, puesto que decidí no tocar el lápiz fuera del salón.

El siguiente jueves, tomé el grafito con curiosidad y al terminar, la apreciación de la profesora sobre mi obra describía exactamente lo que yo sentía.
Eso ocurrió semana tras semana y aquel singular instrumento, extrañamente, seguía sin desgastarse. Al final fui el mejor de la clase.

Con los años y la complicidad de mi lápiz mágico, terminé interesándome por el dibujo. Me convertí en un excelente retratista. Tomé por costumbre pasear por la plaza los domingos y un día, presencié una escena que se me antojó hermosa. Una madre amamantando a su bebé. La ternura del momento era interminable y decidí que tenía que dibujarlo. Los miré bien tratando de memorizar cuanto podía. Al retirarme, justo en la entrada de la plaza, estaba aquel curioso profesor, al cual no veía desde que me entregó el lápiz. Posó su mano sobre mi hombro, sonrió y dijo—ya entendiste—y se fue.

Al llegar a mi pequeño taller, busqué el lápiz, pero ahora este aparecía completamente desgastado. Tanto que era imposible sostenerlo. Pensé que todo había terminado para mí. Entonces recordé: «Necesitas sentir antes de hacer». Y sentía poderosamente la ternura de aquella mujer velando por la vida de su indefensa criatura. Tomé un lápiz corriente y comencé a hacer trazos. Así dibujé el cuadro más hermoso y emotivo que he podido hacer en mi vida.
El arte, en cualquiera de sus manifestaciones, es un milagro.
Milagro que reside dentro de nosotros y se despierta desde nuestro entorno. Sólo debemos aprender a vivir, a amar…

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viernes, 19 de febrero de 2016

Saludos

A pesar de no ser mi oficio principal el escribir, oficio por el cual profeso un profundo respeto y admiración, me es grato recibirles en este espacio que he decidido compartir en función de drenar las cargas del día a día.
Escribir es para mí más que un desahogo a los problemas cotidianos. Es una forma de conectarme con aquellas personas desconocidas que de una u otra manera también buscan escapar por un momento a la realidad o simplemente mirarla desde otra óptica.
Gracias por estar aquí y espero nuestros pensamientos puedan sintonizarse. Un abrazo y bienvenidos.